El nuevo esquema abarcará también bebidas, artículos de limpieza, electrodomésticos, medicamentos y carne en la primera etapa.
A su regreso de Washington, a Sergio Massa le espera su desafío más difícil, por el cual en definitiva fue convocada para hacerse cargo del ministerio de Economía: bajar la inflación, que este año rozaría los tres dígitos. De su éxito en esa tarea y la eventual recuperación de los salarios a partir de una desaceleración de los precios depende que el oficialismo llegue con chances a las elecciones presidenciales.
Tanto el ministro como el resto del equipo económico estuvieron discutiendo con el staff del FMI distintas opciones para ponerle un freno a la fuerte escalada de precios. El objetivo es ahora actuar sobre las expectativas inflacionarias (que juegan un rol clave en medio de una economía cada vez más indexada) y conseguir una baja gradual.
El planteo de máxima es lograr que para junio del año próximo la inflación baje a niveles del 2,5% mensual. Si se consiguiera, algo que hoy parece sumamente lejano, en el Gobierno se entusiasma con la posibilidad de un buen resultado electoral. Sin una baja de la inflación y la consiguiente recuperación de los salarios, las chances de conseguir un buen resultado en las elecciones presidenciales de 2023 caen abruptamente.
Conversaciones
Massa ya está manteniendo personalmente conversaciones con distintos sectores para arrancar con señales concretas para reducir la inercia inflacionaria. El primer paso será un programa denominado “Precios Justos”. Se trata un acuerdo para congelar precios por 90 días, con el compromiso de las empresas de salir con los precios etiquetados en el propio envase. Así se daría cierto horizonte de previsibilidad, buscando en forma paralela un freno a la escalada de los precios.
El programa convivirá con “Precios Cuidados”, relanzado recientemente por el secretario de Comercio Interior, Matias Tombolini. El mismo fue nuevamente modificado para incluir una mayor cantidad de marcas de primera línea, pero menor cantidad de productos (alrededor de 400). El problema es que en general los precios son menores a los del resto de la góndola y por ende es donde primero se registran faltantes..
Entre los sectores que estarían incluidos dentro del nuevo programa se encuentran los de alimentos, bebidas, artículos de limpieza, electrodomésticos, medicamentos y carne, entre los más relevantes.
Lado Macro
Claro que un esquema de etiquetado de precios en forma solitaria estaría condenado al fracaso, como siempre sucede con este tipo de congelamientos con fórceps. Al mismo tiempo, se avanzaría con medidas destinadas a ponerle freno al aumento del gasto y a reducir el déficit fiscal, cumpliendo con la meta de 2,5% del PBI para este año y una baja adicional al 1,9% en 2023. “Es un camino largo pero posible”, se entusiasman en Economía.
La baja de la inflación planteada contrasta con las expectativas del mercado. El promedio de los economistas estiman que el año próximo la inflación no bajará del 90%, sustancialmente por encima del 60% que plantea el proyecto de Presupuesto. Pero además las estimaciones de bancos internacionales, como el JPMorgan, ya advirtieron esta semana que esperan arriba de 110 por ciento.
Reducir las expectativas inflacionarias también implicaría hacer lo propio sobre las futuras paritarias. Resulta inviable pedirles a las empresas que mantengan precios por un plazo si no se hace algo parecido con la pauta salarial. Sin embargo, esta apuesta va en la línea de lo planteado por el secretario de Programación Económica, Gabriel Rubinstein, quien hace tres semanas aseguró que “el margen de rentabilidad de las empresas es exagerado”, al referirse a la fuerte suba de los alimentos.
Según esta línea, las empresas tendrían margen para congelar precios aún sufriendo un aumento de costos. Se trata, sin embargo, de un sendero peligroso. Si no se acomodan otras variables, puede terminar todo en una mayor olla a presión que le termine explotando al propio Gobierno o al próximo.
El famoso “plan de estabilización” para hacer converger la inflación a niveles de un digito, que es lo que reclama la mayoría de los analistas, por ahora deberá esperar. Ni la debilidad del propio Gobierno ni la proximidad de las elecciones presidenciales permitirían llevar adelante un programa a fondo para bajar la inflación, a partir de políticas de shock. El propio Massa se mostró a favor en Washington de alcanzar superávit gemelos, pero se parece más a una expresión de deseos que a la realidad. Existen otros problemas. Por ejemplo, el enorme crecimiento de la deuda en pesos del Banco Central, que aumenta a una tasa del 75% anual. Se trata del aumento del déficit cuasifiscal y el peligro de emisión futura, si en algún se complica la refinanciación de parte de esa deuda.
Aunque el FMI en ningún momento hizo pública su preocupación por el fuerte aumento de la deuda en pesos en cabeza del BCRA, el staff sí manifestó en encuentros privados de esta semana la inquietud por una posible caída de la demanda de pesos, sobre todo en medio de la típica turbulencia de los años electorales. En ese escenario, no solo se podría desatar una fuerte aceleración de la inflación, sino también una renovada presión cambiaria.
Por eso, más allá de la última suba de tasas habría nuevos instrumentos financieros, novedosos para el mercado local y que al mismo tiempo buscarían canalizar más recursos a la producción local.
El cumplimiento de las metas re.lacionadas con las reservas parece, eso sí, estar sobre rieles. No sólo por la acumulación cercana a los USD 5.000 millones que logró el BCRA a partir del dólar soja en septiembre. Además, el FMI acaba de desembolsar USD 3.800 millones luego de la revisión de las metas trimestrales y el BID comprometió otros USD 700 millones.
Logro
Incluso dentro de la oposición resaltaban esta semana el logro de Massa de haber conseguido que el BID otorgue un préstamo exclusivamente para fortalecer las reservas, cuando por lo general van atados al cumplimiento de programas sociales o de infraestructura. Se supone que ésa era una tarea exclusivamente asignada al FMI.
Pero además arranca desde mañana el nuevo sistema de importaciones, cuya primera consecuencia es que quedaron sin efecto los pedidos de cautelares de importadores por cientos de millones de dólares.
El nuevo esquema definió que más de 2.000 posiciones arancelarias pasen al sistema de licencias no automáticas. También se resolvió que el ingreso de productos suntuarios, en caso de ser autorizados, deberán hacerlo a un tipo de cambio superior a 300 pesos. Y al mismo tiempo se autoriza a las empresas a usar dólares propios para importar. En el mismo orden, empezaron conversaciones con los bancos para aceitar un nuevo esquema de financiación de importaciones. Se apuntaría a que las entidades financieras cubran el bache que le queda a los importadores entre la autorización para ingresar mercadería y el posterior acceso a las divisas
Con un mayor colchón de reservas y un respiro por el lado cambiario, Massa logró sortear una crisis que parecía a la vuelta de la esquina. Pero ahora tendrá un desafío mayúsculo por delante, como es el de lograr una desaceleración inflacionaria a pesar de una escalada que ya lleva más de diez años. La batalla parece perdida de antemano, pero ni a él ni a Cristina Kirchner y a todo el Gobierno les queda otra salida que buscar el milagro.