El músico tocó casi tres horas y paseó por todas las emociones a un público entregado desde siempre.
Hace dos horas y media y 33 canciones que Paul McCartney está sobre el escenario cuando desata el furibundo riff de “Helter Skelter”. El grito primitivo del Álbum Blanco sacude al Estadio Monumental y el público ingresa en un trance. Es testigo de un hombre de 82 años que cada noche pone en juego su leyenda. Que no paró un segundo de cantar, de moverse, de entretener. Y todavía falta para un final que presume ya escrito, pero aún así se permite un lugar para la sorpresa.
Enseguida, Paul y sus músicos entraron a escena bajo una ovación. Sin demasiados preámbulos, marcaron cuatro y arrancaron con “Can’t buy me love”, uno de sus primeros hits con los Beatles. Le siguieron dos de Wings, “Junior’s Farm” y “Letting go”, esta con la sección de vientos en la platea, mezclada entre el público. El primero de los pequeños detalles de color para maridar con una lista de 37 canciones sin respiro.
En cuanto a lo visual, el escenario mostró dos inmensas pantallas verticales a los costados y dos parrillas de luces móviles con potencia de bombardero y colores varios. La escenografía, que amagaba ser austera e industrial, mutó a partir de “Drive my car” cuando se descubrió la pantalla trasera con visuales inspiradas en cada canción. Y un potente set de láser al nivel del escenario para ametrallar cuando fuera necesario.
Haciendo gala de su rol de entretenedor, Sir Paul estuvo locuaz pero sin exagerar poses ni “tribuneadas”. Dijo las habituales palabras en castellano -”Estoy muy feliz de volver a verlos, esta vez voy a tratar de hablar español un poquito”-, dialogó con el público por sectores y géneros, abrió los ojos tan grandes como solo sabe hacerlo él, se equivocó un par de veces y no se hizo problema y sacó todo su oficio de escenario para llevar la voz por terreno seguro. Y lo más importante, entregó algunas de las mejores canciones de su cosecha.
En un juego constante entre sus diferentes pasados, el de Liverpool fue intercalando el repertorio de Los Beatles, como ”Got to get you into my life”, “Getting Better”, “I’ve just seen a face” o “Being for the benefit of Mr. Kite”; con algunas de los Wings como “Let ‘Em In” y solistas como “My Valentine”, con dedicatoria en vivo a su esposa Nancy Shevell, presente en el Monumental. Para lograr esa versatilidad, es fundamental el aporte musical y vocal de una banda que juega de memoria. Rusty Anderson en guitarras y Brian Ray en guitarras y bajo, Paul Wickens en teclados, acordeón y armónica y el encantador Abe Laboriel Jr. en batería y percusión tienen oficio y presencia, y además le permiten al frontman sacar a pasear sus dotes de instrumentista.
Paul jugó al guitar hero en el himno de Wings “Let me roll it”, con cita “Foxy Lady” de su amigo Jimi Hendrix incluida. Se sentó al piano para cantar la desgarradora “Maybe I’m amazed”, con las pantallas inundadas por un McCartney de época, campestre y en sepia. Se calzó la mandolina e invitó a todos a bailar con “Dance”, y por un rato el carisma del batero se robó el show. Sacó el ukelele que le regaló George Harrison para homenajearlo con su ya clásica versión de “Something”. Y conmovió con la acústica, en modo trovador solitario.
Ni bien amagó la introducción de “Blackbird”, el público reaccionó entre la ovación y el suspiro. Y a medida que intercambiaba la melodía casi susurrada con el silbido característico, una plataforma lo elevaba unos metros del escenario, como si las ramas de un árbol lo proyectaran hasta confundirse con un cielo estrellado. Allí empezó “Here today”, su homenaje postmortem a John Lennon, que sirvió como preludio para la novedad de la gira. Estrenada el 1° de octubre en el Centenario de Montevideo, “Now and then” sonó por segunda vez en vivo y regaló un poco de esa melancólica fantasía de lo que pudo haber sido.
Llevando la nostalgia al límite, pegó “In spite of all danger”, el primer tema que grabaron con The Quarrymen con “Love me do”, el primer sencillo de Los Beatles. Y siguió un hit atrás de otro, con epicentro en “Live and let die”, con llamaradas sobre el escenario y fuegos artificiales en las afueras del estadio. El falso final llegó con “Hey jude”, y un mosaico de corazones celestes y blancos preparado para la ocasión y sostenido en los brazos en alto de los fanáticos.
Paul regresó casi de inmediato, flameando la bandera argentina y la del orgullo LGBTIQ+, y fue recibido al grito de “Dale campeón”. “Esta canción es muy importante para mí”, dijo para presentar “I’ve got a feeling”, donde se coló el Lennon de la terraza de Abbey Road para el puente. “Es especial cantar con John otra vez”, apuntó. Se dio el último gusto de los Wings con “Hi, hi, hi”, metió el reprise de “Sgt. Pepper” para que los personajes de la histórica tapa cobraran vida y peló la mencionada descarga de ”Helter Skelter” antes de la recta final, que trajo de yapa una versión corregida y aumentada de la frase que tanto nos gusta a los argentinos.
“Son el mejor público del planeta” dijo McCartney y solo quedaba el medley “Golden Slumbers”, “Carry That Weight” y “The End”. “Hasta la próxima”, se despidió el caballero bajo una lluvia de papelitos celestes y blancos, que será esta noche en el mismo lugar, el 23 de octubre en el Kempes de Córdoba y después quién sabe dónde y cuándo. Enseguida, mientras la marea encaraba la amarga caminata de la despedida, empezó a sonar por los parlantes “No more lonely nights”, uno de sus clásicos ochentosos, y no fue un tema puesto al azar. Más allá de las distancias o las ausencias, no hay lugar para noches solitarias al abrigo de algunas de las canciones más lindas de todos los tiempos.