Es uno de los grandes referentes de la llamada “teoría de las expectativas racionales”, estudió las hiperinflaciones europeas y fue un paso más allá de Friedman, el maestro de la Escuela de Chicago, para explicar las causas de la inflación.
Con la economía, y en particular la inflación, en el centro de la escena política y pre-electoral de la Argentina, Patricia Bullrich acentuará hoy su determinación de combatir el flagelo inflacionario al reunirse con Thomas Sargent, un estudioso del fenómeno y –junto a economistas como Robert Lucas– uno de los máximos exponentes de la teoría de las “expectativas racionales”.
“Thomas Sargent es especialista en cuestiones que hacen a la inflación, James Heckman es experto en recursos humanos y Michael Kremer entiende todo lo relacionado a las políticas sociales. Raghuram Rajan tuvo la responsabilidad de estabilizar la economía de la India”, tuiteó entonces Bullrich al cabo de las entrevistas que tuvo en sus jornadas neoyorquinas.
Aquella vez, contó luego la hoy candidata presidencial, Sargent le habló de dos casos extremos de éxito en el combate a la inflación: Margareth Thatcher en el Reino Unidos de los 80s y Vladimir Illich Ulianov, más conocido como Lenin, en la estabilización monetaria de la Unión Soviética post-revolución de octubre, como para subrayar que el combate a la inflación no es un tema de izquierdas o derechas y trasciende las cuestiones ideológicas.
Thatcher estabilizó la economía británica, que venía de profundas crisis en los 70s, cuando debió incluso recurrir a dos paquetes del FMI –una afrenta al orgullo inglés- básicamente privatizando empresas y achicando violentamente el gasto público. Lenin lo hizo imponiendo una disciplina casi marcial en el funcionamiento del Estado, que sirvió al menos en los primeros años del experimento socialista; aunque combatía el capitalismo, estaba convencido de que no se podía jugar con la moneda y de hecho se le atribuye la frase de que para destruir un país lo mejor que había que hacer es destruir su moneda. Un daño que la Argentina de las últimas décadas se inflige a sí misma.
Sargent está en Buenos Aires como invitado estrella de un taller académico sobre Economía y Finanzas Internacionales que empezó ayer y tendrá un cierre más político: expondrán Luciano Laspina, quien fue durante la campaña el principal asesor económico de Bullrich, y Gabriel Rubinstein, el viceministro de Sergio Massa.
Expectativas racionales
El Premio Nobel 2011 es famoso por sus aportes a la llamada teoría de las expectativas racionales que dice, básicamente, que los agentes económicos (empresarios, trabajadores, consumidores, ahorristas, inversores) no pueden ser engañados durante mucho tiempo por las autoridades económicas. Si éstas les mintieron –por caso, les dijeron que reducirían la inflación, pero siguen teniendo déficits fiscales y emitiendo dinero- dejan de creerles.
De ahí la importancia que los racionalistas asignan a la “reputación” y la “credibilidad” de gobiernos y funcionarios y dirigencia política. Para combatir la inflación es clave ser creíble, generar la convicción de que la cosa va en serio, de modo que la población adapte sus conductas a la nueva situación.
Sargent, nacido en julio de 1943 en Pasadena, California, estudió en Berkeley, en su California natal, donde fue distinguido como el mejor de la camada 1964, hizo su postgrado en Harvard y fue luego profesor en varias de las más prestigiosas universidades de EEUU: Pennsylvania, Minnesota, Chicago, Stanford, Princeton y Nueva York, donde enseña y reside actualmente.
Hiperinflaciones y aritméticas desagradables
Entre sus papers se distinguen dos del año 1981. Uno de su sola autoría, sobre “Cuatro grandes inflaciones”, en el que estudió y develó las hiperinflaciones de Alemania, Hungría, Austria y Polonia de principios del siglo XX. Allí explicó no solo la causa de esos fenómenos sino cómo lograron superarlos: básicamente, liberando al Banco Central de la obligación de financiar el déficit del Estado, cortando abruptamente la emisión de moneda, y obligando al gobierno a financiarse con su propia recaudación e intentando colocar deuda valuada (y comprada o rechazada) libremente por el mercado.
Esa relación entre las autoridades monetarias y fiscales de un país fue la que modelizó con su colega Neil Wallace, otro teórico de las expectativas racionales, en un paper famoso entre los economistas académicos: “Algunas desagradables aritméticas monetaristas”, un trabajo cargado de fórmulas y ecuaciones, difícil de leer aun para profesionales avezados de la “ciencia lúgubre”.
Más allá del formuleo, uno de los corolarios del paper es que si las “autoridades fiscales” dominan a las “autoridades monetarias”, estas últimas pierden control sobre la política y el manejo monetarios y, en definitiva, sobre la inflación. Por eso, así como Milton Friedman, el padre del monetarismo, decía que la inflación es “siempre y en todo lugar un fenómeno monetario”, Sargent fue un paso más atrás en la cadena causal y afirmó que “la inflación elevada y persistente es siempre y en todo lugar un fenómeno fiscal”.
De ahí la importancia de “un Banco Central independiente” de las imposiciones del gobierno, capaz de decirle que no al Tesoro (en la Argentina, al Ministerio de Economía) y obligarlo a enfrentarse cara a cara con sus propias cuentas y, en caso de déficit, con la disciplina del mercado de bonos.
En la Argentina, Bullrich promete lograr esa disciplina. Es uno de los componentes del plan económico que Carlos Melconian elaboró en los últimos 20 meses con la asistencia de los más de 70 economistas del Ieral de la Fundación Mediterránea, que incluye una reforma a la Carta Orgánica del BCRA. La candidata presidencial de Juntos por el Cambio formalizará mañana en Córdoba, en un encuentro del ciclo “Voces federales”, la elección de Melconian como espada mediática en la campaña y ministro en una eventual presidencia suya.
Bullrich llegará allí con sus credenciales de halcona ya no solo en materia de seguridad, sino también anti-inflacionaria, gracias a su relación con Thomas Sargent, un economista tan crítico de Keynes que hasta es extraño que Javier Milei, que llamó “Bob” a uno de sus perros, en honor a Robert Lucas, un socio ideológico de Sargent, no le haya puesto “Tom” a alguno de los otros.